EL TROZO DE federico


El rincón de federico


mi verdad


Recalco mi agradecimiento a mi amigo Iván (El alquimista) que contribuye en esta sección con su escrito "Nuevas de Libertad".


Iván (El alquimista)

Federico


Iván (El alquimista): "Nuevas de Libertad"

Nuevas de Libertad

 

 

El sueño se hace a mano y sin permiso

Silvio Rodríguez

 

 

El hablar de un tema implica, por lo general, tener conocimiento del mismo. Conocimiento que, por otra parte, está ligado a una certeza de la verdad o por lo menos de la realidad (cualquiera que ésta sea) y, por lo tanto, a la forma en que nos apropiamos de ella; pero ese es un tema que abordaremos en otra ocasión. Por el momento, me limitaré a dar una opinión sobre un asunto por demás discutido y polémico: la libertad.

 

Michael Ende dice que "la cuestión de la creatividad está íntimamente ligada a la cuestión de la libertad humana, pues el hombre jamás es libre en los supuestos de su existencia, que son como un pasado que ha tomado cuerpo, sino sólo en lo que él saca creativamente de sí mismo y en lo que de esa manera configura su porvenir".

 

Este concepto de libertad podría parecer limitante si no tomamos en cuenta que la creatividad misma no tiene límites, ya que nuestras acciones pueden abarcar la totalidad de nuestra vida o incluso la de otros; lo que trae a colación otro concepto importante: la responsabilidad. En este caso, la responsabilidad de crear no es otra que la responsabilidad de la libertad.

 

Llegamos así a encontrarnos ante el hecho de crear (o hacer) lo que se quiera como única posibilidad de ser libres; sin embargo, aquí surge una nueva y no menos angustiante pregunta: ¿Qué quiero hacer? Al respecto, Nietzsche decía: "Haced siempre cuanto queráis, pero sed primero de los que pueden querer. El querer hace libres, ya que querer es crear. Y solamente para crear debéis aprender".

 

Recapitulando un poco, tenemos que para ser libres es necesario crear, pero para crear es indispensable querer, y para querer hace falta conocer, aprender (¿la verdad nos hará libres?). pero la sola acumulación de información no hace conocimiento, hace falta que ese conocimiento esté vivo, que forme parte nuestra, para que la inspiración pueda manifestarse. Y en la creación, como en la libertad, es necesario tomar decisiones, tener la voluntad suficiente para creer en nuestros sueños y materializarlos. Sobra decir que la responsabilidad de afrontar las consecuencias de nuestros actos, de nuestras creaciones, es ineludible. La decisión (la libertad) es nuestra.

 

Esta libertad generalmente nos asusta, y lo que en un principio fue el gozo de una voluntad sin fronteras, se convierte pronto en la angustia constante y desgarradora de no saber qué hacer, de no poder elegir el camino correcto en el laberinto. La indecisión puede tornarse en la nota cotidiana y transformar la existencia en una incertidumbre aplastante: "Mientras te contraigas en el vacío puedes pensar que aún estás en contacto con el Uno, pero tan pronto como manosees la arcilla, aunque sea electrónica, te conviertes en un demiurgo, y quien se empeña en hacer un mundo ya está comprometido con el error y con el mal".

 

Lo único que puede salvarnos de morir aplastados por nuestra propia libertad es la certidumbre de saber lo que se hace, la conciencia total de todos y cada uno de nuestros actos. La libertad de estar conscientes nos da la conciencia plena de que somos libres

 

Mjölnir

Abril ‘97


18-VIII-97 16'22h.

De la última paranoia al primer orgasmo no va nada, ni un destello de color con el que inundar los abruptos mares del goce y el disfrute. Son extrañas y simples al mismo tiempo, familiares y, como alejadas de un mundanal ruido, cruzan el puente de su propia desesperación para esparcir los gérmenes de su tristeza por la tierra, con la única intención de volver a ser pisoteados por las bestias, las plantas, los trenes y los aviones que, con casi toda seguridad, se estrellarían allí. Las ocurrencias no parecían servir de nada, el dogma era la planta cultivada, adorada y siempre fumada. Como quien no quiere la cosa, el humo reblandecía las mentes, arrullaba a los niños y violaba a las mujeres con el únicos pretexto de satisfacer al populacho y engrandecer la cultura de una raza cansada de matar para sobrevivir. Aquí, una falda ; allí, una camisa y por todas partes, desparramados, los pétalos de las flores, avisando la llegada de una nueva plaga, augurando la venida de Nosferatu y tomando el fresco en las casapuertas de todas las vecinas ; con los baños en las aceras y los pelos púbicos relegados a un segundo plano. Un granuja que corre, llevaba la verdad escrita en sus ojos y la muerte en su mente, más que granuja, asesino ; más que un fascista necesitado de opio era un comunista deseoso de matar la utopía para caer en la desesperación. Tráfico, mucho tráfico, calor, infierno, humo negro y macarrónico, botes de cerveza rodeando los edificios y una infinidad de hogueras vagando por las calles sin saber cuál sería su próximo objetivo. La cordura brilla por su ausencia y ahí, en la ausencia de hombres y mujeres, de universidades, de curas y monjas que forniquen bajo su hábitos es donde se fragua la verdadera fragilidad de un pueblo que pasó de aquí a ningún otro lado para acabar en cualquier lugar no existente. Ni el mismísimo Moro sabría dónde ir. La masa, apestosa y osada, como casi siempre, derramaba sus líquidos corporales sobre los buenos hombres para convertirlos en zombis de su propio horror, para inmunizarlos contra el dolor, contra la belleza y con el placer ; para hacerlos castos y puros hasta el matrimonio ; para hacerlos mártires sin querer, para que el propio cielo vea su pena y se entristezca. No iban los derroteros por ahí, el salitre se mezcla con la dulzura de los labios para diluir la vista, para mezclar los sonidos y para hacer que los quejidos no lleguen a la fantasía. Una nube de sondeos abrasa las calles, la mentira vuelve a aparecer y todos dicen lo bien que les va ; otros, lo mal que está su vida y los de siempre comentan que ellos son de los que ni saben ni contestan. Con el látigo de la indiferencia son condenados a vivir en el purgatorio hasta que Dios los fustigue de la forma que vil que conozca, hasta que Dios los sodomice y los haga perecer en lo que él llama Gloria Bendita. Sin poder sentarse y riendo de sol a sol, escupiendo de luna a luna y ahogando las penas entre sabrosos licores y electrizantes mujeres. Dispara tú primero, mi querido pistolero. Tirotéate tus ilusiones y, de paso, mancha las mías con tu asquerosa sangre negra, que yo la ensuciaré con mi blanca savia. En otro tiempo tuvieron alas, el mar rodeaba a la isla y el verde de las flores era una barrera inquebrantable para la maldad. Nadie pasó, nadie salió, ni enfermeras, ni médicos ni una jodida ambulancia en la que evacuar a los viejos que querían ver cómo su padre los esperaba en las escaleras del cielo. Vomitaban sus propios dientes y los aliñaban con su sangre, con su sudor y con sus lágrimas. Para que al final resultara lo más apetecible a la hora del té ; para que los jóvenes no mintieran a sus progenitores y para que las abuelas que fueron putas en otra época reventaran de angustia al ver la enésima bofetada que recibían los hijos del incesto, los hijos de los visitantes, los hijos de puta, de ellas, que siempre entraban a la iglesia de espaldas para que Dios no las reconociera. Como si a éste le importara demasiado con quién se codeaba su esposa o a quién embaucaban sus hermanos, que, al fin y a la postre, no eran otros que los mismos que le robaban la comida cada vez que acudía al seminario a convencer, a delirar, a llevar a las monjas al aborto continuo, al éxtasis místico y a la aventura en un paquete galáctico que las haría ir al infinito y volver de él en poco más de quince minutos, siempre a expensas de cuánto tardara la Madre Superiora en despertar, de cuánto hubiera bebido María y del pañal de su hijo, con los pies descalzos, el pelo largo y un ojo amoratado por hacer estupideces en mitad del retiro. Siguen el camino de baldosas amarillas hasta que se cansen , vuelven a casa a la hora que les apetece y ensucian las calles con su mierda rosa, con su saliva oscura y con sus ideas estúpidas, con su moral decrépita y con las injurias pronunciadas ante la puerta del sanatorio, ante la puerta tras la que miles de prisioneros de guerra escondían sus rostros para evitar encontrarse cara a cara con su pasado, para evitar ser hostigados como lo fueron en una época en la que el pan escaseaba y los alimentos sólo eran patrimonio de la aristocracia, de los reyes, de los curas y del cacique del lugar ; ni Dios tenía un pedazo de carne que llevarse a la boca, y si lo tenía no iba a ser él quien se lo diera a aquellos prisioneros de guerra que, tras los barrotes de sus celdas, caídas y rotas, recordaban todo esto.


24-X-97 23’34h.

Casi sin respirar sugirió su nombre y se enfrentó al plato que tenía delante. Sin preguntarle a su doctor se aventuró a introducirse, casi temerariamente, en los infiernos y cielos del universo gastronómico con la única intención de pernoctar, quizás por última vez, entre las sedientas sanguijuelas que cada noche se alimentaban de él. Parecía no apetecerle, aunque tampoco importarle. Cinco minutos más tarde estaría mediatizado por sus propios fantasmas intentando salir del trance que cada noche le tocaba vivir. Es posible que nada tuviera sentido para él, pero ahora parecía reinar la paz en una vida llena de lujurias, pobrezas y sodomizaciones constantes que la propia naturaleza le había infringido de un modo casi irreverente. "¿Quién eres tú?" - se preguntaba día tras día delante de un opaco cristal que no hacía más que tragarse las penurias de su alma y lo excéntrico de su vestimenta. Tal vez fuera por eso, pero ya no era como antes. Los niños huían al verle, era el ogro de los pequeños y el asesino de los mayores; era la horma del zapato de muchos y la colilla de otros cuantos. Sin más, hastiado y sin hogar, pretendía, una vida tras otra, ahogar su pena en el llanto para esparcir sus lágrimas en el cerro que circundaba a su choza, con barrotes rotos, vacíos, que gritaban pidiendo ser encerrados para no presenciar durante más tiempo el horror de tanto sufrimiento. No eran cosas de la edad, eso no eran arrugas ni estigmas de santidad; eran las vejaciones que él mismo se había obligado intentado llegar a ser Dios. Ni tan siquiera su Luna opalina parecía hacerle caso ya: demasiadas promesas rotas y sueños destruidos como para intentar embaucarla una vez más. Así que de vez en vez y de cuando en cuando raptaba a una estrella para que brillara a su lado, para que lo impregnara de éter y para robarle toda la vida que pudiera llevar dentro. "Dime que me quieres", mentía. "Dime que estarás aquí mañana cuando mi sangre vuelva a aparecer", proclamaba postrado en la popa de su embarcación sin querer decir cuál era el norte de su vida; tal vez fuera porque el sur le marcó demasiado, como casi a todos. Y dormía hasta el amanecer. A veces, creía despertar y entonces divisaba entre oscura y misteriosa al hada que acudía a enterrar a la estrella que poco tiempo antes había sido asesinada por su credulidad. Aquello no eran más que pesadillas, sin un hilo común y sin un dogma de fe que pudiera hacerlas más creíbles que en el mundo de los sueños en el que, en ese preciso momento, se encontraba inmerso. Intentaba alargar la mano, intentaba no dejarla escapar.... intentaba despertar para poder vivir algo más sin tener que acudir al entierro y sin tener que ser él el enterrador. Era triste que la familiaridad de lo muerto estuviera tan presente en su amargada existencia como para no llorar mientras sufría, como para desprenderse de su propio cuerpo y viajar a un mundo celeste, a una arcadia soñada en la que poder reverdecer las viejas y rotas ramas que de su alma parecían brotar, que de su sangre parecían alimentarse y que en su cuerpo ya acostumbraban a vivir. "Dime que me quieres", susurraba a la almohada.


9-XI-97 13'44h.

Vírgenes son las flores que llevaste a mi puerta. Sombrías son las llamas que desprenden las escaleras al paso del Sol, al paso de mi vida que se fue para retornar carcomida por las moscas y mugrienta por derecho propio. Quizás creas que es mi oda solitaria de las 4'35; puede ser. Para mí, no es más que mi enlace con la ansiedad, mi nexo con la libertad y mi tumba hacia el ocaso de cada día, hacia el alba de lo posterior y la regeneración de todo cuanto existe. Yo quise subir al cielo para comprender, y bajar hasta el infierno para ver los despojos de los santos y los dioses de los diablos. Mil tormentas y un amanecer inundan en primavera el color de mi casa, el amor del hombre y el sentir de los pecadores. Por la mañana todo parece estar dotado de vida, de inquietud, de impasiva tranquilidad que, irremediablemente, abocará al temblor y destrucción de la luz, el reino de la penumbra y el consuelo de las almas que, buscando lo innoble, recelan de su propia sinrazón y vagan encontrando el consuelo en las esquinas. No es el aire que respiramos, ni tan siquiera los alimentos de los que nos nutrimos, más bien son voluntades y deseos desparramadas cada tarde cuando vemos que nuestra propia libertad es retenida, es confinada a algún lugar no existente para que mi Luna desobedezca a su señor e imite a su amante en un sinvivir, en un quehacer que se alarga y extiende por los siglos de los siglos. Guarda tu próxima palabra para el juicio final, para el apocalípsis de los hombres y la desunión de las flores, para el polen de los mamíferos y la heroína de los vegetales. Guarda todo el aire que puedas para después, que ahora más nos vale no respirar, no contagiarnos de ese espectro que va desnudando las calles, que va aboliendo las esclavitudes de los muros y las vigas y va deteniendo con su espada al viento a los animales que pretenden escapar del mundo e ir a las mil y una noches para refugiarse en las doctrinas de otros que no somos los de este lado. Déjalos escapar, huir siempre fue de cobardes, nunca se escribió nada de ellos y de valientes están llenos los cementerios, con sus cruces talladas en sus lápidas y sus escapularios pidiendo consuelo a la familia, pidiendo auxilio a los amigos y pidiendo compasión a Dios. Elige lo que quieras, que yo quedé demasiado harto de la vida como para amargarte la tuya con mis convicciones y devaneos, con mis soles y mis lunas, con mis estrellas y mis meteoritos, con mi poesía y mi música, con mis letras y mis cantos, con mis súplicas y mi blasfemia, con mi ser y sus normas. Vive, mi querido compañero, intenta existir como para morir con una sonrisa en los labios y no temas a la muerte, que ella no te avisará su llegada, que no reservará una habitación en el hotel de tu corazón para hospedarse allí eternamente. Vive y deja morir a los que te encuentres a tu paso, ayuda y previene, predica tu evangelio a las piedras y báñete en los pocos ríos que queden sin contaminar por la lujuria de los hombres, por la avaricia de los semidioses y por la gracia de cuatro bufones que un día creyeron que el mundo era suyo. Lúcete ahora, que todo es de color; siente como desfila ante ti la vida, que pronto morirá. ¡Qué bonita es la primavera! ¿La recuerdas? Y la nieve jugando con la tierra, que no le deja llegar al mar; y los ríos llorando su sangre, no quieren abandonar a los que fueron sus vecinos. ¿Qué me contestas? Santificado sea esto: la vida y las nubes, mi piel y la tuya y la de todos los demás. Olvídate de toda trascendencia que aquí sólo hay tiempo para mirar, tocar y, de vez en cuando, degustar con la boca o el cuerpo los placeres puros de la naturaleza. No sueñes, que ya tendrás tiempo, déjame morir y no me tapes los ojos cuando muera, deja que crea que vivo todavía, que siento cómo el aire frío de la luminosa mañana golpea mi mejilla, que los cuervos me vigilan por las noches y las serpientes intentan atacarme cuando el sueño me venza. No rompas mi sueño, no me hables, que mañana será otro día.


25-XI-97 11’04h

El gurú de mi tribu se acercaba blandiendo su báculo al aire e implorando mi perdón o, quién sabe, mi condena al Sol. Me remontaba cinco siglos atrás y podía ver la forma que tenían aquellos ritos trascendentales, aquellos ritos del consuelo y la lujuria más recatada y el simbolismo más exacerbado. ¿Le parecía bien a alguien? Puede que sí, pero estar en la caldera de sus suspiros y sus secuelas mentales no era el paradigma de la tranquilidad y la armonía con que todo mortal, o inmortal, sueña algún día. Mis huesos parecían estar hechos de plástico y mi espina dorsal resbalaba por mi cuerpo queriéndose salir de él, necesitando un respiro líquido y mordiendo cada nervio que encontraba. Afortunadamente sabía qué hacer: gritar lo más fuerte posible y no esperar a que la eternidad me consumiera. No era el momento más apropiado para llorar, pero, qué demonios, no había ningún fotógrafo que pudiera retratar mi angustia, que pudiera poner una barrera a mi naturalidad, que pudiera coartar mis actos; no había ningún fotógrafo que pudiera mostrar al resto del mundo el sufrimiento; no había nadie que pudiera reprimir mi instinto animal. Mordisco a mordisco, escupiendo los pedazos de carne que arrancaba al mismo tiempo que las cuerdas opresoras de mis muñecas conseguí desasirme de mis ataduras corporales, que no morales. Esquivé flechas, lanzas y algún que otro fluido de los nativos que, cada vez con menos decisión, me condenaban a morir en la hoguera. "Yo no soy una bruja" - quería decirles, repetirles y explicarles. Satán no me ha coronado con espinas, tampoco con flores, y ellos no lo entendían. Pretendían disecar mi cabeza y proponerla como trofeo al mejor cazador de buitres, ¿qué buitres? La sutileza era, al parecer, mi única arma; pero la excitación era mi compañera de besos, cariños y abrazos y la prefería a cualquier otra cosa, amén del nido de víboras y el burdel. Jadeando sin parar, con el rabo en el costado y corriendo a cuatro patas navegaba por la selva sintiéndome parte de ella, parte del cosmos, parte de una categoría perdida y denostada, una categoría humillada y agraviada: eso era yo. Ningún negro me iba a poder lanzar sus armas, ningún blanco me iba a vender una de sus máquinas y ningún amarillo me haría obedecer. Los verdes no aparecían y los rojos estaban ocupados en sus luchas internas. No quería a nadie y no necesitaba a nadie; no tenía nada que agradecer ni nada de lo que responder. ¿No escuchas la lluvia? Es Dios, que pone mi camino más difícil. ¿No sientes el frío? Es Dios, que cree molestarme. ¿No notas el cansancio? Es mi cuerpo, roto a jirones que ya no puede más. Dejaba un reguero de sangre a mi paso, ardían los árboles tras de mí, y el olor a carne quemada se hacía más insoportable. ¿Dónde estás gurú? ¿No eras el guía de tu manada de lobos? Te has perdido, sé dónde estás y no pienso salvarte. Iré a romper tus huesos y a comer los últimos trozos de tu putrefacta carne. Yo te hice, pero tu me hiciste primero. ¿No ves en qué me he convertido? Soy el dador de vida, una palabra y sanarás, después emprendo la huida. Pero no dejo que nadie se aproveche de mí. Mi pelo está sucio y suelto, y mis uñas negras y largas. ¿Qué importa? La última cámara yace en mi estómago y la película está en el fondo de una ciénaga. Has perdido esta guerra, reconócelo, la ciudad es una jungla aun más peligrosa que la tuya. Muchos mueren aplastados por los camiones, su pellejo sirve de alimento de moscas y ratas y su carne es comida en los restaurantes. No vomites, que llevas cuatro días sin comer. No llores, que tus quijadas de asno se retorcerán en el cerebro. ¿Fuiste alguna ver a algún mercado summerio? ¿Y al templo de algún faraón? Yo tampoco, qué más da. La luna brilla media en el cielo y el resto baila conmigo una danza afrodisíaca que cubrirá al mundo de oscuridad durante siglos.


30-XI-97 15’59h.

El noble era el único capaz de desprenderse de los lazos de su casta, y emprender una fantasía que le durara los cuarenta años antes del ocaso. Para él todo era un teatro maquiavélico en el que actuar cada noche, cada vez que había que encañonar a un pobre mendigo para que escupiera hasta la última moneda que tuviera escondida en la ropa interior. ¿Por qué siempre se cebaría con el más indefenso? ¿Por qué los indefensos estarán toda su vida lamentándose de su situación e impidiéndose llegar a construir algo un poco mejor a lo que les tocaba vivir cada veinticinco de diciembre. ¿Sabes? ya estoy harto de usar el apelativo. ¿Sabes si hay alguien que se acuerde de mí ahí fuera? Cada noche, mis lágrimas se congelan y no pueden caer. Hace dos años que no me veo llorar, hace dos años que mis lágrimas se negaron a pasar la frontera de mi cara para buscar los suburbios del mundo. La periferia de mi cuerpo parece ser demasiado negra para iluminarla con tres gotas salinas. Tengo la sensación de que nadie me comprende. ¿Es cosa mía o de los demás? Mi noble, sé tuyo para el resto de tus días e intenta flagelarte cada noche en la cama de tu hospital. Piensa en mí, sucio y maloliente que deambulo por las calles de la ciudad porque no logré terminar los estudios que tú nunca empezaste. ¿Y crees que yo soy el fracasado? ¿Es sólo por eso por lo que te crees superior a mí? Podría abrir el baúl de las penas y las alegrías y sacar mil y una fotos que atestigüen lo incongruente de tu razonamiento. No sabes nada, y todo se rinde a tus pies. Ya es hora de empezar a cambiar las injusticias del mundo, ya es hora de hacer perecer a los imbéciles y matar a los domadores. No hay circo ni bestias; sólo mala gente que rompe los sueños de todos para engrandecer la lujuria, la gula y veinte mil pecados capitales más de sus amas. Tanto dinero se convierte en el opio de sus pipas y la sangre de sus venas. Límpiate la nariz, pareces el viejo Aqualung. Por cierto, dormí el otro día a su lado. ¿Lo recuerdas? Su cojera se ha agravado y todavía maldice la hora de tu nacimiento cuando oye en el callejón los anuncios de tu éxito. Rajaría tu vida, exterminaría tu alma y se la tragaría sin inmutarse. ¡Cómo me gustaría verte sangrando en la calle! Verte con la cabeza abierta y llena de moscas comiéndose la mucha basura que dejes. Un día de estos te juro impiedad, te juro muerte, te lo juro sobre el cadáver de los tres perros que llevas muertos esta semana. Espero que encuentren las gotas de tu semen es sus cuerpos y te condenen a morir entre cuatro paredes. Y mientras tanto, sigues silbando aquellas viejas canciones haciéndote pasar por el rockero que nunca fuiste. Me avergüenzo de haberte enseñado a cantar cuando la monotonía era parte de tu ser. El tiempo del desconocimiento ya pasó y las violetas que marchitaste sienten no haberte aplastado cuando tuvieron oportunidad. No huyas, que pronto caerás. Muérete, cabrón. Mi madre ya me dijo que la vida no iba a ser fácil; pero, ¡qué sabría ella! Siempre tuvo lo que quiso y nunca renegó de su propia imbecilidad. Yo, que según todos era el nuevo Satanás, me veo obligado a ir pidiendo por las puertas y a pasarme seis horas implorando la benevolencia de los que preparan sus compras, efectúan sus transacciones y violan a las putas en los rincones culpando al resto. Ahora sí, he conseguido romper el hielo de mi cara y empezar a tragarme la pena que me come y devora cada día que pasa. Me acuerdo del calor de mi casa y del olor de la comida. Recuerdo las risas de unos y los ruidos de otros. Recuero mi cama, siempre limpia aunque fuera jueves. Y ahora, sueño por encontrar cuatro cartones que me puedan servir como refugio para hoy, que mañana será otro día. Mi sábana es el suelo y mi techo está expuesto a las inclemencias de la atmósfera. Maldita sea, espero que esta piedra te dé en la cabeza.


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